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MENSAJE PASTORAL CON OCASIÓN DE
LA NATIVIDAD

DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO 2008

 

«Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar.

Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada,

vendaré a la herida y curaré a la enferma» (Ez 34, 15-16).

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Jesucristo, Señor del tiempo

            El nacimiento del Redentor de los hombres, próximo a celebrarse, se sitúa, más que en el centro de la historia, en su cumbre. Jesucristo, en cuanto Señor del tiempo, hace que su entrada en la historia se sitúe en la ‘plenitud de los tiempos’ (cfr. Gál 4, 4). Dicho de otro modo: La Encarnación del Hijo de Dios y de María se sitúa en la cúspide del tiempo y constituye el centro de la historia a la vez que su culminación, y el espacio queda poseído por la dimensión de lo eterno. Desde entonces y para siempre el tiempo del hombre quedó marcado por la huella del Dios que se hizo hombre y que, al caminar en la historia humana, dejó grabadas sus pisadas divinas para que quien lo siga llegue al Padre (cfr. Jn 14, 6). En Jesucristo el Eterno se hizo ‘temporal’, y, el que creó el tiempo queda, de algún modo, sujeto a él. ¡Misterio de amor! Ahora, en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, todos tienen acceso gratuito a lo eterno.

 

Un Niño Pastor

            Sí, el que viene a gobernar a su pueblo es, en realidad, un «Pastor». Es más, en la noche de la Natividad contemplaremos a un pastorcito recién nacido. Junto con los demás pastores que por turno vigilaban a sus rebaños en aquella oscura y silenciosa noche (cfr. Lc 2, , también nosotros seremos testigos de la radiante luz que brota del parto virginal de María y que rompe aquel silencio con el canto celestial de los ángeles (cfr. Lc 2, 13-14). Escucharemos en la primera lectura del profeta Isaías en la Misa de Nochebuena:”El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz“ (9, 1). Nosotros éramos ese pueblo que caminaba en la oscuridad; nosotros somos ese pueblo que vio y verá la ‘gran luz’, es decir, a Jesucristo mismo, el fruto bendito del vientre de la Virgen de Belén (cfr. Lc 1, 42). Nosotros éramos ese pueblo que habitaba en el país de la oscuridad, es decir, en el pecado. Nosotros somos ese pueblo que ahora está llamado a habitar en la luz, es decir, en la vida de la gracia. Dice el Apóstol:”Antes ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz“(Ef 5, . Más aún, el mismo Señor nos dice en su Palabra: ”Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida(Jn 8, 12). Y también:”La luz está todavía entre ustedes, pero por poco tiempo. Caminen mientras tengan luz, no sea que las tinieblas los sorprendan: porque el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tengan luz, crean en la luz y serán hijos de la luz“(Jn 12, 35-36a). Y un poco más adelante dice:”Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas“(Jn 12, 46). Jesucristo es, en efecto, el Pastor bueno que viene a guiar a su rebaño, y lo hace particularmente alumbrando el camino de las ovejas y haciéndose Él mismo «Camino» que conduce al Padre (cfr. Jn 14, 5-6).

 

Para que las ovejas tengan «Vida»

            Con su Encarnación y Nacimiento Dios pone su tienda entre nosotros (cfr. Jn 1, 14), y el mismo Señor se constituye en el Pastor de su pueblo: «Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma» (Ez 34, 15-16). Cuenta el Evangelio que, antes de la primera multiplicación de los panes,”Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor… “(Mc 6, 34). Hoy como ayer Jesucristo se sigue compadeciendo de las multitudes. Cada generación cristiana es la ‘gran muchedumbre’ que, hambrienta, se dirige hacia donde está su Pastor para ser alimentada por él. Cada generación y cada creyente en Cristo se puede apropiar de las palabras del Salmista:”El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa reboza. Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la casa del Señor, por muy largo tiempo“(Sal 22).

            De este modo, descubrimos que el Señor viene como Salvador para que tengamos Vida en Él. Lo dice explícitamente en el discurso del Buen Pastor:”Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia“(Jn 10, 10).

 

¡Vengan todos a adorar al Redentor!

            El Hijo de María que tiene como su primer trono una precaria gruta, nos llama a todos a ir con confianza a adorarlo y a hacernos curar por Él. No sólo a adorarlo, sino también a recibir sus dones. Quien adora al Redentor del hombre sabe que ya no está ni estará jamás solo; sabe, además, que su Salvador no lo defraudará; sabe, en definitiva, que su Señor no lo hará ir con las manos vacías. El mismo Niño Pastor que está recostado en el pesebre y en los brazos de María nos invita a acercarnos a Él con la misma actitud de amor que Él se acercó a nosotros:”Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré“(Mt 11, 28). Que nadie, entonces, tenga duda en acercarse al Niño de Dios que viene a redimir a todos los hombre. Que nadie tenga miedo de acercarse al recién nacido de María que viene, ante todo, a liberarnos de la esclavitud del pecado y a darnos la verdadera libertad (cfr. Jn 8, 34. 36). Que nadie demore en venir a Jesucristo: Él nos espera con alegría. Para Él cada uno de nosotros es importante, es valioso, es grande. Para Él somos sus hermanos, sus pequeños, sus predilectos, en fin, somos sus amigos (cfr. Jn 15, 15).

 

Hacia una cultura de la Vida

            Desgraciadamente no son pocos los signos concretos de la siempre perniciosa ‘cultura de la muerte’ que profana y desprecia de diversos modos la sacralidad de la vida humana desde su inicio hasta su ocaso y fin natural. El flagelo del aborto provocado, lejos de disminuir, parece más bien cobrar nuevas fuerzas. Es una permanente amenaza a la misma humanidad. Por otro lado, la crónica crisis en el matrimonio y la familia pone en vigilo a la misma sociedad humana, que está formada por la unión de las familias. En realidad, en la crisis del matrimonio y la familia está seriamente comprometido el futuro de la misma humanidad en su conjunto. Frente a ‘otros posibles modos’ de vivir en matrimonio y frente a ‘posibles nuevas formas de ser familia’, la Iglesia, iluminada por la Palabra de Dios, proclama que el matrimonio, por Dios querido, es siempre entre un hombre y una mujer, de quién nacen los hijos biológicos, o, cuando la naturaleza lo impida, los hijos del corazón mediante la adopción. Pero cuando el hombre manipula la naturaleza, no sólo entra a luchar contra ella, sino también contra su Autor, y lejos de ejercer su libertad actúa más bien presionado por los impulsos egoístas de su corazón, necesitado de apertura a la trascendencia y a la misericordia de Dios que ”no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva“ (cfr. Ez 33, 11).

 

La Madre de la Vida

            En Belén, al nacer el Redentor, nace la Vida. Y nace también la esperanza. No todo está perdido mientras Dios está con nosotros. La Virgen nos vuelve a entregar al Hijo de sus virginales entrañas para que ahora lo alojemos definitivamente en nuestros corazones, en nuestras casas, en nuestras familias, en nuestras instituciones.

            Que Ella, Madre de la Vida, y Virgen de la Esperanza, camine siempre a nuestro lado y nos entregue permanentemente a su Hijo a quien queremos conocer más, amar más y seguir mejor hasta la Vida eterna. Que así sea.

 

Me despido de todos ustedes, pueblo y campo, con la Bendición:

 

EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL HIJO + Y DEL ESPÍRITU SANTO. Amén.

                                                                                                                                                           

 

Dado en la sede conjunta de este Santuario Diocesano de la Divina Misericordia y Parroquia Nuestra Señora de Luján  de Tres Isletas, Chaco, a los 11 días del mes de diciembre de este año del Señor 2008.


"¡Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor!

 En nuestras constantes oraciones le damos gracias por ustedes, por lo que hemos sabido de su fe en Cristo Jesús y de su caridad para con todos los santos. Todo lo hacen esperando la herencia que les esta reservada en el cielo y que conocieron por la palabra de la verdad que les llego. Este Evangelio, que va dando frutos y creciendo por todo el mundo, también lo hace entre ustedes desde el día en que recibieron y conocieron el dn de Dios en toda su verdad." Colosenses 1, 3-6.

 

Saluden a todos los hermanos con un abrazo santo. 1 Tes. 5-25.

El Señor te bendiga.

HÉCTOR

 EL SERVICIO DEL ANUNCIO DEL EVANGELIO

“Porque la buena noticia que les hemos anunciado llego hasta ustedes no solamente con palabras, sino acompañada de la fuerza del Espíritu Santo y de toda clase de dones. Ya saben como procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Y ustedes a su vez, imitaron nuestro ejemplo, y el del Señor, abrazando la Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo.” (1 Tes. 1,5-6).

“Al contrario, fuimos tan solícitos con ustedes, como una madre que alimenta y cuida a sus hijos. Sentíamos por ustedes tanto afecto, que deseábamos entregarles, no solamente la buena noticia de Dios, sino también nuestra propia vida: tan querido llegaron a sernos.”(1 Tes. 2,7)

 

El servicio del anuncio:

Hermosas palabras que nos anuncia San Pablo, para sacerdotes, catequistas, religiosos y laicos. ¡El anuncio del Evangelio tiene sus exigencias, pero también la inmensa alegría de servir a un Dios vivo y presente en nuestras vidas.!

Decía Clemenceau, político francés: “Es preciso saber lo que se quiere; cuando se quiere, hay que tener el valor de decirlo, y cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo.”

¿Qué significa para nosotros, catequistas, anunciar la Buena Noticia.?.  Si estamos convencidos del amor de Cristo, por cada uno de nosotros, debemos también transmitir con fe, valor y  convicción, es decir la valentía unida a la libertad, para no callar una verdad que no nos pertenece, pues viene de Dios, y por lo tanto debemos anunciarla a nuestros hermanos.

Pero anunciarla con la convicción, con esa fuerza que nos da el Espíritu Santo.

Cuando llevamos esta Buena Noticia, seamos conscientes que no siempre gratificaremos el oído de quienes nos escuchan, pero si procuraremos con nuestras limitaciones, gratificar al Señor, a quien servimos. Solo El ve en lo interior del hombre, nuestra fe y solo El puede cambiar el interior de quien nos oye.

Ser servidor de Jesús, nos llevara por un camino de exigencias y sin concesiones. No debemos adular a los grandes o cambiar la verdad que nos trae el Evangelio, para agradar.

Como San Pablo nos anuncia, seamos como una madre para con sus hijos, predicándoles, entregándose en servicio a ellos, pero transmitiéndoles también esta verdad inobjetable y absoluta que nos dejo Jesús en su Palabra, en una escala de valores coherentes de quienes nos titulamos cristianos.

Tratando se parecernos al apóstol, seamos solícitos por cada uno de nuestros hermanos que nos han sido confiados, cuidando su bien espiritual, aconsejando y animando, dejando de lado los desalientos, inspirando confianza, e instándolos con firmeza, pero con mucho afecto, a que camine con dignidad en la comunidad de los hijos de Dios, a tener una vida autentica que viene de Dios y que nos conduce a Dios.

Quiero destacar a nuestros hermanos catequistas, lo esencial de nuestra fe: La Palabra que llevamos, no es nuestra – no la hemos fabricado, ni inventado nosotros-, sino que es la palabra viva del mismo Jesucristo, quien nos transmitió del Padre. Es por lo tanto, autentica Palabra de Dios, llena de verdad, de vida, de amor, y que nos conducirá a la santidad que somos llamados.

¡Que importante es, por lo tanto, que los catequistas la transmitamos con absoluta fidelidad, sin añadir ni quitar nada.! No la desvirtuemos por nuestra vanidad o afán de novedades.

Que nuestro Señor, nos bendiga y fortalezca.-

HÉCTOR EDGARDO ABREGO

Publicado por El DIARIO de la Región  04/02/2004

 



El Espíritu Santo vive en el alma en gracia.


Autor:

La vida divina que nos santifica, nace, crece y sana por medio de los sacramentos. Son, pues, los medios de salvación a través de los cuales nos santifica, principalmente, el Espíritu Santo.

"La Iglesia, por tanto, instruida por la palabra de Cristo, partiendo de la experiencia de Pentecostés y de su historia apostólica, proclama desde el principio su fe en el Espíritu Santo, como aquel que es dador de vida, aquél en el que el inescrutable Dios trino y uno se comunica con los hombres construyendo en ellos la fuente de vida eterna" (Juan Pablo 11, Ene. Dominum et vivificantem, n. 2).


En nuestra santificación intervienen las tres Personas divinas, porque el principio de las operaciones es la naturaleza y en Dios no hay más que una sola Esencia o Naturaleza. Por ser el Espíritu Santo, Amor, y por ser la santificación obra fundamentalmente del Amor de Dios, es por lo que la obra de la santificación de los hombres se atribuye al Espíritu Santo (cfr. Decr. Apostolicam actuositatem, n. 3). 
Esta santificación la realiza principalmente a través de los sacramentos, que son signos sensibles instituidos por jesucristo, que no sólo significan sino que confieren la gracia.


La vida divina que nos santifica, nace, crece y sana por medio de los sacramentos. Son, pues, los medios de salvación a través de los cuales nos santifica, principalmente, el Espíritu Santo. 


Así, el Espíritu Santo inhabita en el alma del justo y distribuye sus dones, pues "no es un artista que dibuja en nosotros la divina substancia, como si El fuera ajeno a ella, no es de esa forma como nos conduce a la semejanza divina, sino que El mismo, que es Dios y de Dios procede, se imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios" (San Cirilo de Alejandría, Thesaurus de sancta et consubstantiali Trinitate 34: PG 75, 609).
En efecto, cuando el alma corresponde con docilidad a sus -inspiraciones, va produciendo actos de virtud y frutos innumerables -San Pablo enumera algunos como ejemplo: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, modestia, continencia, castidad (cfr. Gal. 5, 22)-, derramando abundantemente su gracia en nuestros corazones: 


-habita en el alma y la convierte en templo suyo; 
-la ilumina en lo referente al conocimiento de Dios; 
-la santifica con la abundancia de sus virtudes, gracias y dones; 
-la fortalece en el bien y reprime sus malas inclinaciones; 
-la consuela (por eso es llamado "Espíritu Consolador"). 


Son muy expresivos los textos de la Sagrada Escritura en este sentido. Entre ellos se pueden entresacar algunos: 
-"Cuando venga el Espíritu Santo os enseñará todas las verdades" (Jn. 14, 26). 
-"Fuisteis santificados, fuisteis justificados por el Espíritu Santo" (I Cor. 6, 11). 
-"El Espíritu ayuda nuestra flaqueza, pues no sabiendo qué hemos de pedir, él mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables" (Rom. 8, 26)


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